domingo, 13 de marzo de 2011

Asoma un nuevo cambio de hábito: menos ducha y no al desodorante



El mundo avanza en la dirección menos pensada. La literatura y el cine proyectaron un futuro de autos voladores y trenes flotantes y, sin embargo, cada vez más los habitantes de las grandes ciudades eligen la bicicleta como medio de transporte. Miren lo que pasa con la energía: finalmente, lo último de lo último, es un palo con una hélice girando en medio del viento. La gastronomía también retorna a lo primitivo y de repente los platos de moda se lucen con raíces y alimentos crudos. A todo esto se podría sumar la tendencia que se presenta como eje de esta nota, una conducta que viene a romper, por decirlo de manera elegante, con la cultura del aseo personal.
Consiste en bañarse poco y renunciar por completo al uso de desodorantes. En un debate de varias líneas, esta semana The New York Times tituló “Grandes que se lavan menos” y describió las razones que esgrimen los conversos para oler más “a uno mismo”. En la lista figuran la retención de los aceites naturales del cuerpo, el rechazo a utilizar sustancias químicas relacionadas con el cáncer, la conservación del agua y el cuidado del medio ambiente. Otros dicen que los antitranspirantes contienen aluminio, algo que los médicos y el mercado omnipresente rechazan de cuajo. También se habla de cierta moda del desaliño. Y hasta un libro que causa furor en el Norte llamado “Lo sucio en lo limpio: una historia insalubre” ensaya la prédica de menos ducha y no al desodorante como nueva religión. Como sea, quienes adhieren a esto –con abanderados como Julia Roberts y Sting en el cielo de las estrellas– se muestran convencidos y lo defienden sin ocultarse, con los brazos abiertos de par en par.
María Elena Miura es médica del movimiento higienista, una corriente que relaciona entorno natural con salud física. En búsqueda de longevidad, toma lo que natura ofrece y rechaza aquello que la industria diseñó. Miura va al centro: “En las axilas y en la ingle tenemos glándulas por donde el cuerpo libera toxinas. Cuando uno transpira, saca todas las toxinas de la sangre. Si usás desodorante, detenés ese proceso”, asegura. “Haceme caso –dice–, probá con bicarbonato de sodio, vas a ver que neutralizás el olor a sudor”. Es más sencillo decirlo desde Capilla del Monte, Córdoba, donde vive, que desde la gran ciudad, donde los que llevan una vida agitada sudan la gota gorda del trabajo cotidiano. Pero para eso está Paula Candia, 36 años, divorciada, odontóloga. Vive en Colegiales. “Uso bicarbonato o limón–explica–, con la conciencia de saber que no tapar el poro y dejar que la glándula sude es mejor que reprimir con un antitranspirante. Al principio, me miraban como bicho raro. Pero no me afecta”. La porteña Sol Wermutz tampoco usa desodorante y vaya que transpira: es bailarina. “Soluciono todo con limón. Pero no se trata sólo de usar desodorante, sino de no ingerir nada químico”, aclara.
Lo que en la Argentina se expande con el auge de lo orgánico –sobre todo en blogs, páginas webs y redes sociales– , del otro lado del océano no es novedoso: el vaho de los cuerpos sin lavar ha flotado históricamente en los aires de Europa , donde el uso de bidet resulta una rareza. “Los europeos siempre se bañaron poco. El problema es que los argentinos somos muy limpios”, dice la socióloga Susana Saulquin, y recuerda que el erotismo en el viejo mundo aún hoy suele estar asociado a la idea de un cuerpo sin lavar. “Para un europeo no es sensualmente atractiva una mujer limpia. Pero encima –continúa– ahora está la excusa de conservar el agua. Creo que en la Argentina de todos modos prenderá lentamente. Somos de los que más se bañan. Cuando uno toma el tren a la tarde, se cruza con obreros que salen de trabajar duchados. Sólo pasa acá”.
Saulquin habla de un retorno a lo tribal. Dice que el mundo está pasando del consumo de masas a una etapa de compra consciente. “Se vuelve al origen. No hablaremos de conductas en series enormes, sino de segmentación. En el país, lo adaptaremos de a poco”.
Sobre los que se bañan menos, el doctor Richard Gallo, jefe de la división de dermatología en la Universidad de California, aporta: “Algunas personas se quejan de que ducharse seguido les seca la piel o las hace más proclives a sufrir eccemas. Ducharse mucho podría provocar la eliminación de las buenas bacterias que ayudan a mantener el equilibrio de la piel”.
Desde Córdoba, Miura vuelve a la carga. “Tampoco cremas ni dentífrico a la mañana ni bronceadores”, dice. Aunque el mercado no le da la razón: después de Brasil, la Argentina es el país latinoamericano con mayor venta de desodorantes, según datos de la industria cosmética. Pero eso no frena la prédica pujante de los que se untan bicarbonato para salir al día. Una rareza, es cierto, que parece avanzar firme y sin apuro.

Los beneficios de la suciedad
El título parece contradictorio, pero no. En el caso de los niños, la libertad de ensuciarse al jugar, el ejercicio físico y las tareas cotidianas pueden resultar positivos, de acuerdo con una investigación del doctor en Pediatría, de la Universidad de Oxford, John Richer.
“El mundo real es sucio; los niños no aprenden cómo adaptarse a su mundo y crecer en él sin entrar en contacto con lo que los rodea, es decir, sin ensuciarse”, aseguró Richer años atrás, cuando visitó Buenos Aires para disertar en un foro sobre desarrollo infantil. “No es la suciedad lo que debe evitarse, sino lo que ella puede llevar consigo, los patógenos”, explicó. “Ese contacto con la suciedad hace que el ser humano desarrolle mecanismos en su sistema inmunitario, para luchar y defenderse de esas bacterias presentes en eso que llamamos mugre”, concluyó.
clarin.com

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