lunes, 11 de enero de 2010

Una casa que protege los últimos sueños

Cynthia Palacios
LA NACION
Acompañar en ese tramo tan difícil como es el final. Escuchar, contener. Aliviar los dolores del cuerpo y también los del alma. De todo eso tan complejo se ocupan los responsables del Hospice Buen Samaritano.
Lejos de parecer una clínica, es una casa. Una enorme casa llena de luz y rodeada de verde. Con todos los cuidados médicos que se necesitan, pero con el eje puesto en que nada empañe la sensación de hogar.
Sin fines de lucro, el hospice busca dar una respuesta concreta a una realidad sanitaria: "Día a día se observa cómo fallecen personas sin los cuidados médicos necesarios, con gran sufrimiento, sin contención y en soledad", explica su director, el médico Matías Najún. Verónica López es la otra médica del Hospice Buen Samaritano.
A principios de 2007 comenzaron a juntarse las voluntades que harían posible el hospice. "Se planificó, se rezó, se pidió y arrancamos en 2008", recuerda Najún. Una organización les donó la casa y la mitad de los fondos para remodelarla. El resto se reunió con donaciones particulares.
Después de buscar bastante, encontraron el lugar ideal. Era una casa de familia que reúne varias características: de fácil acceso, tenía espacio suficiente para acondicionarla como ellos querían. El quincho se convirtió en salón de usos múltiples, había lugar para habitaciones para los familiares que quisieran quedarse. Se extendieron las galerías y los pasillos, el living y la cocina y todas las habitaciones se remodelaron con una premisa: que sus ventanas dieran al verde del jardín.
Aunque el 11 de diciembre fue la inauguración formal, la casa comenzó a funcionar unas semanas antes, con la llegada de Roque. Fue el primer huésped, esperado y recibido con todo el amor que habían reunido en la espera. "Esperar al primer paciente fue como un nacimiento. Toda la expectativa, los nervios, cómo será, cuál será su cara", recuerda Matías.

El acompañamiento
Un próximo paso será acompañar a los enfermos que pueden estar en sus casas. "Creemos que este servicio amoroso y compasivo puede ir a las casas", señala Iván Pertiné, sacerdote de la Sociedad San Juan.
"La idea es combinar el cuidado médico con el cariño familiar. Eso fue lo primero que nos dijo Roque: «Hace 40 días que estoy en un hospital, por fin llegué a una casa». Y eso, para nosotros, es fundamental", comenta Inés Guerin, una de los 80 voluntarias del hospice.
Los voluntarios comenzaron a formarse en 2007 y cumplen múltiples tareas, como acompañar, hacer las viandas, ocuparse de la gestión, la comunicación, la recaudación de fondos, el cuidado de la casa. Hasta la arquitecta que remodeló la propiedad donó su trabajo. Hacen casi todo salvo las tareas que están a cargo de personas clave, con un espíritu de vocación enorme: Patricia y Laura, dos de las enfermeras.
Patricia trabajaba en una clínica privada. "Me enganché tanto con este proyecto que dejé todo. Además de los cuidados paliativos, acá damos ese condimento de estar, charlar, acompañar a los pacientes con una cuota de espiritualidad especial", cuenta.
"Tratamos de que se sientan cuidados y queridos de la mejor manera en estos últimos tiempos", dice Laura. "Hay profesionalismo y competencia pero el perfil es de total entrega", reconoce Matías.

Dónde ayudar
Necesitan ayuda: tienen fondos para cuatro meses. "El deseo era empezar con seis meses de reservas, pero era una irresponsabilidad tener todo listo y no recibir a los huéspedes que estaban necesitando este lugar -dice Matías-. También nos vendrían bien dos camas ortopedicas, un concentrador de oxígeno y fondos para operar." Su teléfono es el (02322) 43-3758 y su página web es www.buensamaritano.org.ar
"Este lugar es una enseñanza sobre el valor de la vida humana. En algún sentido, para muchos el enfermo terminal es inútil. Acá trabajamos por la valoración de la dignidad hasta el final", afirma el sacerdote.

lanacion.com

1 comentario:

Ros Arriero Elvira dijo...

Gracias por lo que compartes. Un abrazo de luz.
María