miércoles, 6 de enero de 2010

Cuando el ocio no es tan ocio ni es salud

Es interesante la etimología de la palabra "negocio": lo contrario del ocio. Para los antiguos griegos, el ocio era un break, hacer algo diferente de las funciones que se cumplen cada día. Lo llamaban "el tiempo sagrado", el tiempo para uno mismo, u tiempo diferente al tiempo "profano" de los negocios.
En nuestra sociedad, vinculado como está el ocio al consumo, ¿es tan diferente de la rutina? El verano que se inicia suele ser la época ideal, para las vacaciones ideales en un lugar ideal. Con un presupuesto, por qué no agregarlo, ideal. Pero sucede que en el mundo real esos ideales difícilmente se dan, y demasiado apego a esta visión idealizada del disfrute del tiempo de ocio suele hacer que las cosas empiecen y terminen mal.
Las vacaciones son vistas con el gran premio después de un largo y agotador año de trabajo. Toda una gran industria del turismo se apresta entonces a ofrecer la mejor forma de asarla, dentro de una lógica en la que es muy fácil que la ecuación se torne "disfrute igual a consumo". Así, la grilla de este sagrado tiempo de ocio se va transformando en un fixture agotador de viajes, excursiones, restaurantes en los que hay que hacer una hora de cola, trekking lunares, visitas guiadas.
El objetivo de toda esta oferta es el de captar el deseo. O de generarlo. Ahora bien: ese deseo supuestamente contenido durante todo el año, ¿encaja siempre dentro de esas ofertas? Y si no encaja, ¿dónde encaja? ¿De cuánto tiempo se dispone en el año para averiguarlo? ¿No es mucha la gente que se pliega a las ofertas de consumo sin haber pensado siquiera si son lo que se desea, o si al fin y al cabo no se trata de reproducir más de lo mismo que se vive durante el resto del año?
La cuestión parece ser que en este tiempo que la sociedad destina al disfrute, muchas personas suelen estar más expuestas que nunca a frustraciones, angustias y sensaciones de vacío, cuando no -en casos más complicados- a depresiones. Es común, además, sentirse mal por la sensación de estar "desaprovechando" el tiempo de ocio; pero ante esto puede ser bueno saber, tal como confirman psicólogos y psicoanalistas, que existen causas reales, tanto afuera como adentro, en la subjetividad de cada uno, que predisponen a este malestar del tiempo de ocio, y que tomarse un tiempo para reconocer esas causas -en vez de negarlas- puede ser una llave para cambiar de actitud, pasarla mejor y darle un sentido propio al ocio.
"Siempre es posible tomarse el tiempo de ocio para descubrir aquello que a uno verdaderamente le da placer, ya sea una actividad, un lugar, una lectura o algo que lleve a reeditar la posibilidad de elegir, de ser espontáneos y de recobrar la individualidad", apunta el licenciado César Hazaki, psicoanalista, escritor y editor de la revista Topía. Pero para encontrar esas capacidades, añade, muchas veces es necesario tomar la decisión de romper con algunas de las ofertas impuestas.

Los que no pueden cortar
¿Cómo es posible experimentar terror ante el tiempo libre? Pues eso sucede, y mirando alrededor (o tal vez hacia uno mismo) tal vez sea posible encontrar esas actitudes más cerca que lejos. ¿Cuántas notebooks se ven en la playa o en el camping, y no precisamente se trata de gente jugando a los videogames o viendo una película: trabajan como si hubieran abierto una sucursal de su oficina en un centro de veraneo al aire libre. "Es lo que les sucede a las personas adictas al trabajo -explica el licenciado Enrique Novelli, psicoanalista miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina; con el trabajo, están tapando otra cosa, que no es la necesidad de trabajar, sino el miedo a encontrarse consigo mismos en ese período de ocio, donde las funciones que habitualmente se cumplen se interrumpen momentáneamente".

Los factores íntimos
La perspectiva de encontrarse con uno mismo causa angustia, según Novelli, por varios motivos. Uno, porque la persona se ve a sí misma sin cumplir ninguna función. "Eso -dice- suele producir una tensión que es necesario descargar".
Las opciones de consumo vienen a cubrir ese no saber qué hacer, que a veces se transforma también en no saber qué pensar o qué decir. Y lo primero que suele aparecer en este escenario "son las propias conflictividades, los conflictos intrapsíquicos".
Además, los tiempos de convivencia con la familia en este período se tornan más prolongados que durante el resto el año, "y aparecen roces, demandas y pedidos que las personas no siempre aceptan". Las desavenencias conyugales, los problemas de comunicación con los hijos, si es que en otro momento se pueden obviar perdidos en la rutina, se vuelven patentes ahora.
"Las vacaciones pueden ser una buena oportunidad para establecer una dinámica familiar diferente", afirma Novelli.

"No era lo que yo esperaba"
Después de todo lo que gastó en el alquiler, después de revisar la agenda con todas las actividades planificadas, dice ella, "si me llegan a tocar días lluviosos, me muero". Y la verdad es que la posibilidad de que en las vacaciones haya días lluviosos está dentro de las posibilidades de cualquiera.
Si esto no es tenido en cuenta y los percances que alejan el resultado de las expectativas efectivamente ocurren, el resultado es una gran frustración: "Hay ciertas situaciones más que relajar estresan porque esa ilusión de que pasaría algo distinto no ocurrió y se tenía muy poco tiempo para lograrlo", señala Hazaki. Darle a las vacaciones una función "salvadora", señala, es todo un problema.
Hay personas que, por sus propias características personales, son propensas a somatizar la frustración; otras, en cambio pueden volverse más propensas a sufrir accidentes. Según los psicoanalistas, existen causas inconscientes que generan angustias capaces de desembocar en actitudes de descuido o de omnipotencia, y que pueden llevar, según ejemplifica Hazaki, a un daño por exposición desmedida al sol -es decir, a exponerse a sabiendas pero sin tomar los recaudos suficientes- o a sufrir un accidente en la ruta por exceso de velocidad.
En fin: la regla de oro, sintetiza Novelli, sería "pensarse sin tener miedo a encontrarse", una consigna más para reflexionar que para tomar como receta. Hacer lo que durante el año no hay tiempo de hacer. Y pensar durante el resto del año en lo que se tiene ganas de hacer y nunca hay tiempo.
Marcelo Rodríguez

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